Antes de atacar directamente el tema de mi nueva blocada quisiera contestar
a la pregunta que me estáis haciendo muchos. Por qué he dejado de escribir en
catalán en mi blog. La respuesta es muy sencilla, en los últimos años he empezado
a publicar novelas en castellano. Empecé con “Extra, el chico que hablaba con
los espíritus”, luego “Luna de Hielo” de gran acogida en países como Colombia,
El Salvador y Panamá, “Memorias de un cadáver” y, finalmente, “El informe
Ahnenerbe”. Actualmente tengo más lectores castellanos que catalanes y como que
estos últimos tanto me entienden en un idioma o el otro, he aquí el motivo. No
hay otro.
Cuando uno decide explicar sus cosas en abierto lógicamente quiere llegar a
la mayor audiencia posible, además de una cortesía con mis lectores
hispanoamericanos.
Aclarado esto iré al grano. ¿Cuántas veces dejamos de hacer cosas por miedo
al qué dirán? Yo ya llevo mucho tiempo rebelado contra esto, pero pese a todo
aún me habitaban tabúes que no me había atrevido a cruzar jamás. Hasta ahora.
Ya rompí barreras cuando decidí dedicarme única y exclusivamente a escribir
hace tanto tiempo que casi me cuesta recordar. La verdad es que empecé a
hacerlo escondiéndome tras una fase febril, primero de devorar todas las lecturas
que me caían en las manos, luego escribiendo como un obseso relatos cortos por
la imperiosa necesidad de vomitar mis ideas.
Leía o escribía todas las mañanas en lugar de ocupar mi mesa de joyero. No
podía hacer otra cosa, mi padre siempre me negó un espacio y un futuro en el
negocio familiar y no tenía ningún sentido perder horas en un oficio dónde me
cortaban las alas. Un oficio, en contra de lo que piensan todos, que me
enamoraba y que aún echo de menos. Ese olor a amoníaco cuando se lavaban las piezas,
el siseo del soplete con su llama azul proyectando un hilo de fuego sobre la
soldadura, la cajita de serrín como un cofre de los tesoros donde los anillos,
colgantes, pulseras o pendientes se secaban después de pulir, las sombras
proyectadas sobre la pared de mi padre y mi abuelo trabajando, con Josep Cuní,
primero, luego Antoni Bassas de fondo contándoles desde Catalunya Radio lo que
pasaba en el mundo por las mañanas, o José Luís Fernández Abajo, desde La Ser,
por las tardes, en su eterno “Contraste de pareceres”… Ahí, en el taller, viví
narrado por él el golazo de Maradona en el estadio del Estrella Roja de
Belgrado. Pero ese taller y esa joyería que mi abuelo construyó para su hijo,
mi padre, aún no sé muy bien el porqué, decidió que no saltaría de generación.
Desplazado y sin un futuro claro caí en un pozo de desesperación y me refugié
en los libros. Y fue en ese momento, sobre todo después de leer la novela que
con el tiempo se ha convertido en mi biblia, “Martin Eden, de Jack London”,
cuando empecé a no hacer caso de lo que decía la gente y me convertí en un vago
que odiaba el trabajo, un cateto sin estudios con demasiados pájaros en la
cabeza, un irresponsable o un vividor.
Y así ha ido pasando el tiempo, observando esa sonrisa boba cuando hablo
con según quién de mis libros, “¿cómo coño vas a escribir tu novelas?”, contra
lo cual he aprendido a hacer como que no me doy cuenta y que piensen de mi lo
que quieran. ¿Qué mas da? Tal vez a Kafka le pasaba lo mismo cuando se encontraba
a una amiga de la infancia, o a un vecino de su pueblo. Mirado así, no deja de
ser un halago.
Recuerdo cierta ocasión que me había encerrado en una torre de la Costa
Brava para trabajar en una novela ambientada en Bagdad. Acababa de redactar las
primeras cien páginas y su resultado me enamoraba. Recibí la visita de un
matrimonio, ella me conoce de toda la vida, él no. Me atreví a pronunciar que
estaba escribiendo alta literatura y al instante se les dibujó a los dos esa
sonrisa boba. Luego, como a quién no le va la cosa, empezaron a nombrarme
autores de prestigio que, según ellos, sí hacían alta literatura, que si
McEwan, que si Vargas Llosa, que si Ernesto Sábato… Seguí, como siempre, a la
mía, la paella era deliciosa y no era cuestión de provocar una mala digestión.
Poco me importaba que se rieran de mí porque en el mismo momento que uno no
siente la necesidad de demostrar nada a nadie significa que está orgulloso consigo
mismo, y eso, eso es maravilloso, aunque te tomen por un idiota, porque te hace
enormemente feliz.
Y de esta manera he llegado al tabú ese del que hablaba antes, la barrera
que nunca me había atrevido a cruzar, el tatuaje, la explosión a todo esto
resumido en una frase que me he gravado hasta que me muera en un brazo y en mi
alma para siempre.
“Escric per viure atrapat en un
repte etern”. Escribo para vivir atrapado en un reto eterno. Y aunque a
muchos os provoque, de nuevo, esa sonrisa boba, “ahora encima se tatúa como un
quinqui”, a mí me da igual porque seguiré atrapado en mi reto eterno, feliz,
tatuado y sin necesidad de reírme de ti.
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