Y mientras y sin darte cuenta, la vida va pasando ocupado en tus cosas, y
puertas que se abren, y otras que se cierran, adioses que parecen para siempre
y demasiados recuerdos acumulados que te atrapan en el ayer, cuando todo era
sueño, proyectos e ilusión. Recuerdos tan bellos que la incertidumbre de conseguir
de nuevos te apresa en el pasado por miedo a esa sombra que te acecha a la
vuelta del calendario. Adioses que te amurriñan y te alejan de buscar abrazos
nuevos. Y cuando tu carrera se convierte una maratón solitaria, a veces secreta
por miedo a que cruzar la meta el primero sea obligación y no solo un reto, te aterroriza
que detrás de la línea no haya nadie con quien brindar.
Tan bello debe ser coronar la cima entre aplausos y jaleos que cuando te
faltan unas pocas vueltas y estos solo aparecen en tu imaginación te entran
ganas de bajar de la bicicleta, dejar que todo se aleje y pensar en lo que pudo
ser. Solo en lo que pudo ser.
Pero no, ni lo hago, ni lo haré. Esa persona que siempre ha creído en mí,
que me ha apoyado y me ha dado su mano después de cada caída no merece mi
abandono. El llanero solitario que me habita acostumbrado a pedir perdón por
perseguir impertérrito su sueño, se aferra desesperado a unas palabras que un
día alguien me dedicó como un regalo del cielo y aunque cuando llegue siga solo
nunca, nunca, me cansaré de intentarlo.
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